Del mismo modo que un recién nacido debe empezar a crecer y desarrollarse de forma progresiva, así una persona nacida de nuevo en Cristo debe comenzar su camino hacia la madurez cristiana.
Una madurez que le lleve a entender con claridad la gran inmensidad del cambio efectuado en su ser y que le lleve a ser un agente de bendición y un verdadero siervo o sierva de Jesucristo.