Es frecuente buscar a grandes figuras que nos sirvan de referente a la hora de plantear nuestro servicio o ministerio en la iglesia.
Pero raramente nos damos cuentas que las más grandes obras están hechas de pequeños elementos.
En esta predicación vamos a ver como una persona, aparentemente anónima y sin un ministerio «de relumbrón», fue alguien esencial para la expansión del Evangelio y la redacción del Nuevo Testamento.
Y no, no se trata del apóstol Pablo.