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La Palabra de Dios nos insiste, una y otra vez, que seamos constantes y persistentes en nuestra búsqueda de Dios.
Porque dejar de poner nuestros ojos en Dios nos llevará a alejarnos de Él, como le ocurrió al rey David con Betsabé y Urias Heteo y a hacer surgir el mal que hay en nuestro propio interior.