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«El amor no se irrita». Es decir, no pierde el control ni actúa de forma extemporánea.
«La ira del hombre no obra la Justicia de Dios» (Santiago 1:20)
La ira descontrolada te aparta de la voluntad de Dios, te impide santificar el nombre de Dios y daña tu testimonio y el del Evangelio.
Enfadarse o indignarse ante situaciones o actitudes injustas es lícito, pero quedarse en el enfado te conducirá al rencor y al alejamiento de Dios.
«Airáos pero no pequéis. No se ponga el sol sobre vuestro enojo» (Efesios 4:26).
Antes bien, el amor nos lleva a pasar por alto la ofensa y a actuar para corregir con misericordia.