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Suele decirse que cuando alguien intenta emprender un nuevo proyecto surgen voces desde todas partes haciéndole ver lo imposible del proyecto. Cuando este se pone en marcha reaparecen los «amigos» que le hacen notar todos los problemas que enfrenta y le dicen que es mucho mejor dejarlo pasar. Si a pesar de todo consigue llevar su sueño adelante se verá rodeado de las mismas personas que ahora dicen: » ¡siempre confié en ti!»

Debido a mi contexto profesional he recibido mucha formación relativa a la gestión de las personas.

En todos esos seminarios decían que si quieres que una persona se anime a afrontar un reto tienes que hacerle ver que es capaz de enfrentarlo y vencerlo.

Es el famoso «¡Ánimo, que tú puedes

Ahora bien, esto no siempre es cierto.

En nuestra vida vamos a enfrentar retos que no siempre vamos a poder vencer.

Vas a una entrevista de trabajo convencido de que lo vas a conseguir, sin darte cuenta que hay otros 20 candidatos convencidos de lo mismo.

O te enfrentas a la enfermedad convencido de que vas a vencerla cuando otros, probablemente más convencidos de lo mismo que tú, ya han «entregado la cuchara».

Estar convencido de que puedes lograrlo te ayuda a esforzarte, que no es poco, pero como alguien me dijo en uno de esos talleres: «seguir esto principios te dará más oportunidades que el no hacerlo, pero en modo alguno te garantizarán el éxito«.

¿Y no hay ninguna posibilidad de encontrar esa garantía?

Pues lo cierto es que sí, pero lo curioso es que para ello debes dejar de confiar en tus propias capacidades.

Porque la realidad se empeña en demostrarnos la debilidad de nuestras fortalezas.

Podemos seguir todos los protocolos al pié de la letra, mirar antes de cruzar, conducir con prudencia, verificar la exactitud de los datos en los que basaremos nuestras decisiones y, de repente, se rompe una rama de un árbol y se acaban todas tus certezas, como tristemente le ha acontecido a un vecino de Madrid.

Así que, en vez de confiar en tus posibilidades, es mucho mejor confiar en las posibilidades de alguien que sí que tiene la capacidad para hacernos superar todos nuestras dificultades: Dios.

El apóstol Pablo tenía una buena formación, era de «buena familia» y siempre se había esforzado por hacer las cosas de una forma intachable.

Si a alguien se le podía decir aquello de ¡Ánimo que tu puedes! era al apóstol Pablo, sin embargo, él pudo comprobar que todo eso servía de bien poco ante buena parte de las circunstancias que enfrentaba.

Así que no tuvo ningún reparo en admitir sus propias limitaciones y, precisamente por eso, entonces pudo decir «Todo lo puedo en Cristo» (Filipenses 4:13 (RV60)) y «…pero Dios, que nos ha amado, nos hace salir victoriosos de todas estas pruebas» (Romanos 8:37 (BLP)).

Y es que cuando pones tu confianza en Dios y permites que Él te guíe, tu forma de enfrentar los retos cambia. Ya no tienes que evaluar tus posibilidades y tus limitaciones, sencillamente confías en el poder de Dios.

Sabes que el resultado no va a depender de tu capacidad por lo que puedes trabajar con mucha menos ansiedad. Mientras tú hagas tu parte de la mejor manera posible puedes confiar en que Dios hará la suya también.

Ya no se trata de luchar por intentar alcanzar una posibilidad, se trata de esforzarte porque tienes la absoluta certeza de que la victoria está en las manos de Dios. Incluso aunque el resultado no sea el que esperabas.

El general Helmuth von Moltke dijo en cierta ocasión: «Ningún plan sobrevive al contacto con el enemigo«, y algunos lo han parafraseado como «ningún plan sobrevive al contacto con la realidad» así que no te plantees si puedes o no, sigue a aquél que ya ha vencido. Confía en Dios.

 

Foto por David Melchor en Flickr (CC)