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Hay un tema que nos afecta y nos interesa mucho a todos: Nuestra familia, nuestra casa.

Ni que decir tiene que la familia es el eje y la clave de nuestra vida, alrededor de la cual giran las otras cosas…

Si uno se toma la molestia de enredar un poco en Internet, y examinar las estadísticas que, sobre la familia, elaboran las distintas fundaciones e instituciones, observará que prácticamente en todas las encuestas a la familia se le otorga una alta valoración como indicador de la felicidad de las personas.

La familia sigue siendo lo primero y lo que más nos importa. La fidelidad y permanencia en el matrimonio, o en la convivencia en pareja, siguen siendo una aspiración mayoritariamente muy valorada.

La crianza y educación de los hijos, en la que los padres demuestran un rol protector y educador, constituye igualmente una aspiración muy valorada por la mayoría de los encuestados.

Creo que todos coincidimos en esto: «La familia es lo primero», aún cuando en algún pronto de enojo alguna vez hayamos dicho: “¡La familia es un asco!”. En el fondo necesitamos la familia, y se mantiene situada en el punto más alto de nuestra escala de valores.

Sin embargo, cuando examinamos lo que vivimos cada uno en casa, de puertas adentro, nos damos cuenta que muy a menudo, tratamos mal a nuestros seres queridos, y dañamos a quienes más queremos.

Podemos ser decorosos con el vecino, agradables con el carnicero, caballerosos fuera de casa, amables en los lugares públicos… pero luego, cuando regresamos a casa, parece como que nos transformamos, y poca de esa amabilidad y generosidad nos queda para los de casa…

A menudo es en casa donde volcamos nuestras peleas, nuestra agresividad, nuestras malas caras, y nuestras peores contestaciones, con aquellos quienes son más cercanos, a quienes se supone que amamos, y para quienes estamos dedicando nuestra vida, nuestro trabajo, nuestro salario…

No es nuestra intención, no es nuestro deseo, pero nos hacemos daño unos a otros, a los de casa. Aquel famoso dicho: “Donde hay confianza da asco” es una lamentable realidad. Sí, nos maltratamos, arrojamos los peores dardos a quienes más queremos ¡Y lo mal que nos quedamos cuando estas cosas nos ocurren!

Pero claro, no nos queda más remedio que seguir adelante, con heridas, y con cicatrices. Algunos rencores comienzan a anidar escondidos en nuestro corazón,  de tanto en cuando sacamos a relucir los trapos sucios, lo que tu hiciste, lo que no hiciste o las palabras que dijiste.

¿No es una paradoja extraña que estos comportamientos tengan lugar en el seno de la familia, que es al mismo tiempo lo que más valoramos?

Tenemos un conflicto personal difícil de sobrellevar, porque hacemos lo que sabemos que no debiéramos hacer, y dañamos a quienes prometimos amar.

Nos acostumbramos a la convivencia y rebajamos las reglas de respeto, cortesía y amabilidad que tenemos fuera de casa. En la familia, nos conocemos demasiado, llevamos ya tantos años juntos, y terminamos olvidando cuanto vale mi marido, cuanto valen mis hijos o mi esposa.

Es curioso, cuando por alguna razón un miembro de la familia falta, es entonces cuando se le echa de menos y cuando nos damos cuenta de lo mucho que vale, de lo importante que es en nuestra vida.

En palabras de Doña Mª Teresa López López, profesora de la Universidad Complutense de Madrid y vicepresidenta de la fundación ACCIÓN FAMILIAR, “La familia en una institución de un valor incalculable que la hace merecedora de un mayor reconocimiento social, así como de más atención por parte de los poderes públicos. En ella los niños comienzan a formar su personalidad, interiorizan valores morales y cívicos, y aprenden actitudes y reacciones emocionales que les acompañarán durante toda su vida. Las familias siempre educan, no pueden no hacerlo, pero necesitan ayuda para desarrollar su papel de la manera mas eficaz posible. Entender que la familia actúa como red de solidaridad intergeneracional, transmisora de cultura y tradiciones, es determinante para justificar su apoyo, puesto que la solidaridad es un principio básico de un Estado social de derecho, y debería ser un objetivo prioritario para los gobiernos”.

Es hora de tomar conciencia sobre la importancia que tiene el fortalecimiento de mi familia, y mi responsabilidad en ello. Como familia, necesitamos apoyarnos unos a otros en los momentos difíciles, en las situaciones duras, en los encontronazos amargos de la vida.

Todas las familias enfrentan problemas, algunos verdaderamente difíciles. Debe primar la búsqueda de soluciones sobre la búsqueda de culpables. Y deben encontrarse soluciones que beneficien globalmente a toda la familia, y no a uno de sus miembros. Tenemos que dedicarnos unos a otros, sí dedicarnos.

Algunas cosas tienen que fortalecerse como columnas que sustentan la unidad familiar, por ejemplo el respeto mutuo entre los integrantes de la familia, la consideración, la dignidad. Necesitamos menos crítica, menos queja, menos excusas, y mucho más fortalecimiento mutuo, ayudarnos entre nosotros, preocuparnos por el otro, más palabras de ánimo y de refuerzo, más abrazos.

Aportar más cariño en nuestra comunicación, amarnos no solo cuando resulta fácil. Amar a pesar de todo, sin esperar recompensa, sin medir cuánto recibo y cuánto doy, como que tuviéramos una balanza, en la que puedo exigir en función de cuánto doy.

La entrega no se mide con “pesas de balanza”, la entrega se mide por el reconocimiento y aprobación que generamos en los demás. La entrega, el sacrificio, el amor que damos a los de casa, se mide por lo que los ellos cuentan de nosotros cuando no estamos, se mide por el sentimiento de aprecio y amor que se genera en el corazón de las personas beneficiarias de mi entrega.

Otra cuestión: algo en lo que todas las familias debieran meditar, y tiene que ver con los “ladrones de la familia”. Aquellos que roban nuestro tiempo o nuestra convivencia, nuestro cariño. Debemos identificar esos ladrones, y expulsarlos sin piedad de la vida familiar.

Si las horas extras, o un segundo trabajo, te están robando la vida, corres el riesgo de perder tu familia.

Y si tienes que vivir con menos, pero ganas en una mejor vida de familia, no estás perdiendo nada, sino ganando. Necesitamos priorizar una buena relación familiar sobre unos buenos ingresos.

Las antiguas palabras que la Biblia nos recuerda en el libro de los proverbios del Rey salomón, conservan hoy toda su vigencia y sabiduría:

Prov. 15: 17 Mejor es la comida de legumbres donde hay amor, Que de buey engordado donde hay odio.

Prov. 17: 1 Mejor es un bocado seco, y en paz, Que casa de contiendas llena de provisiones.

Ciertamente, la armonía en casa vale más que todas las comodidades y modernidades que podamos adquirir.

Si pretendemos el fortalecimiento de nuestra familia, comencemos por fomentar aquellas cosas, aquellas actividades que nos permiten comunicarnos y estar juntos de forma participativa, y evitemos tantas distracciones y juegos impersonales que tienden a aislarnos unos de otros.

Busquemos practicar actividades que nos ayuden a comunicarnos, a reírnos juntos, a compartir.

Hagamos el firme propósito de esforzarnos en no convertir las comidas o las cenas familiares en foros de discusión acalorada, que terminan arruinando la convivencia. Los encuentros frente a la comida o la cena debieran ser nuestros ratos preferidos, y han de resultar edificantes. Aprendamos a manejar la convivencia familiar. Salgamos juntos de paseo, vayamos al campo, al monte, hagamos deporte juntos. Busquemos nuestras propias fórmulas de diversión familiar.

Y además, tenemos que impregnar nuestra vida familiar con un cierto sentido del humor.

En las circunstancias difíciles o delicadas, seamos positivos. Seamos de los que ven la botella medio llena y no medio vacía. Es tiempo de amarnos, de apoyarnos, de fortalecernos. No competimos unos contra otros, no, los de casa no son el enemigo, estamos todos en el mismo bando. Recuerda que tu marido, tu mujer, tu hijo, tu hija, tu nuera, tu yerno, tus nietos… no son el enemigo. Son lo que más amas, y lo que más necesitas.

Y recuerda, no necesitamos estar de acuerdo para amarnos. Porque en la familia, el amor va más allá de estar o no de acuerdo en cuestiones de ideas. El amor es el cemento que aglutina a los distintos integrantes de ese edificio llamado familia.

Y es que la familia, fue idea de Dios. No echemos a perder una idea tan maravillosa. Seamos constructores de familias estables, familias satisfechas, familias ejemplares.

Por nuestras propias fuerzas humanas, será bastante difícil conseguirlo, pero si buscamos la ayuda de Aquel que diseñó la familia, tenemos muchas más probabilidades de alcanzar ese perfil ideal de familia.

Para terminar, indicar que en muchas de las estadísticas, más de la mitad de los encuestados señalan que las iglesias y la creencia religiosa contribuyen mucho al fortalecimiento de la familia, siendo las instituciones más valoradas en ese aspecto.

Puedo asegurar, por mi propia experiencia, que en la Biblia se pueden encontrar los patrones de conducta y la inspiración más apropiada para fortalecer y mejorar nuestra convivencia familiar.

Si vamos a arreglar el mundo, comienza por casa. La familia es lo primero. Lucha por tu familia. Lucha por tu matrimonio. Lucha por tus hijos. Los malos momentos no duran toda la vida. Aguanta, esfuérzate, Incluye a Dios en la vida y en el proyecto de tu familia.

Que Dios bendiga su casa.

 

Alfredo Gomez Moneo, es traumatólogo, lleva 34 años felizmente casado, es padre de 3 hijas, y tiene 2 nietos.

 

Imagen de portada por Liv Bruce en Unsplash