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¿Cuántos problemas y situaciones en la vida, intentamos resolver, haciendo cambios en el exterior, retoques estéticos, con una apariencia nueva, pero sin ir al interior, a la verdadera raíz del problema?

Esa tendencia es algo que podemos observar en múltiples ámbitos de la vida real, problemas laborales, conflictos familiares o aún en delicadas situaciones de la vida política o económica de un país… ¿Cuántas veces se pretenden soluciones que no apuntan de verdad al corazón del problema? ¿Cuántas veces perseguimos tan solo un cambio en la apariencia?

Tenemos asumida esa tentación de ir poniendo parches a los problemas para, de alguna manera, ir tirando… Solo que esos parches duran poco tiempo, y el problema luego resulta más grande o más difícil de resolver.

Es como cuando una carretera llena de baches es parcheada con pegotes de asfalto. Seguirá siendo por siempre una carretera irregular e incómoda, donde los conductores notaran ruidosas vibraciones… Lo que hace falta es acometer una obra profunda, picar toda la vieja carretera y asfaltarla de nuevo.

Odres viejos

Jesús vio este mismo problema en la sociedad de su tiempo, cuando los religiosos de entonces pretendían que la sana doctrina de Jesús encajara y armonizara en aquellos obsoletos moldes de religiosidad legalista, que ellos mantenían. Y esta fue la respuesta de Jesús para aquellos fariseos:
“Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo y lo pone en un vestido viejo; pues si lo hace, no solamente rompe el nuevo, sino que el remiendo sacado de él no armoniza con el viejo. Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo romperá los odres y se derramará, y los odres se perderán. Mas el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar; y lo uno y lo otro se conservan” (Lucas 5: 36-38)

El vino nuevo, o sea, el mensaje de Cristo, debía encontrar corazones que respondieran con una sensibilidad nueva y dispuesta. El encorsetado judaísmo, lleno de normativas y carente de corazón, no servía para albergar el vino nuevo de Jesús.

Bien, pues algo parecido sucede cada vez que intentamos resolver un problema humano sin cambiar los odres viejos por otros nuevos. Cada vez que, manteniendo los mismos odres envejecidos y corruptos, queremos echar vino nuevo… resulta que no funciona.

Si ante problemas matrimoniales decidimos simplemente evitar los puntos de conflicto, pero no entramos a tratar las verdaderas causas íntimas del problema, lo único que logramos es mantener las apariencias, pero no hemos resuelto nada. El problema sigue ahí latente, y volverá a despertar con mayor virulencia.

Si a un heroinómano le sustituimos su adicción por una pauta de metadona, pero no abordamos en él las verdaderas causas que lo indujeron a la droga, no estaremos haciendo gran cosa. Retocamos la situación exteriormente, pero no entramos a fondo, al interior del problema. Y así podríamos seguir con multitud de ejemplos similares de nuestra vida real.

Hemos de admitir que tenemos siempre esta tendencia de intentar aplicar remedios, en lo exterior, cuando el problema real es otro, y clama “desde dentro” por una solución. Los grandes problemas y lacras de la Humanidad no se deben a las circunstancias externas o ambientales, no. Nacen de dentro del corazón del ser humano.

Y si pretendemos resolver la mentira, la avaricia, el fraude, el adulterio, la infidelidad y otras cosas semejantes, actuando solo en las condiciones externas, pero sin tratar directamente con el corazón del hombre, estaremos cometiendo el mayor de los engaños, y el problema seguirá ahí, haciéndose más grande a medida que insistimos en engañarnos a nosotros mismos.

Este era realmente el problema de los líderes judíos contemporáneos de Jesús. Pretendían llevar una vida íntegra, simplemente por observar con rigor una serie de complicadas normas religiosas, pero su verdadera podredumbre de avaricia, orgullo arrogancia, y vanidad, seguía intacta en sus corazones. Pues esto dijo de ellos Jesús:
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad” (Mateo: 23 27-28)

​Jesús siempre apuntaba al corazón del hombre, allá donde realmente están los problemas.

A la gente “religiosa”, parece siempre importarle más lo de fuera: cómo se viste, cómo se expresa, qué imagen tiene uno… pero a Dios le interesa lo que hay en nuestro interior.

Mira este pasaje del Evangelio, no tiene desperdicio:
“Se juntaron a Jesús los fariseos, y algunos de los escribas, que habían venido de Jerusalén; los cuales, viendo a algunos de los discípulos de Jesús comer pan con manos inmundas, esto es, no lavadas, los condenaban. Porque los fariseos y todos los judíos, aferrándose a la tradición de los ancianos, si muchas veces no se lavan las manos, no comen. Y volviendo de la plaza, si no se lavan, no comen. Y otras muchas cosas hay que tomaron para guardar, como los lavamientos de los vasos de beber, y de los jarros, y de los utensilios de metal, y de los lechos. Le preguntaron, pues, los fariseos y los escribas: ¿Por qué tus discípulos no andan conforme a la tradición de los ancianos, sino que comen pan con manos inmundas? Respondiendo él, les dijo: Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, Mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, Enseñando como doctrinas mandamientos de hombres” (Marcos 7: 1-7)

Y un poco más adelante continua:
“Llamando a sí a toda la multitud, les dijo: Oídme todos, y entended: Nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre. Si alguno tiene oídos para oír, oiga. Cuando se alejó de la multitud y entró en casa, le preguntaron sus discípulos sobre la parábola. El les dijo: ¿También vosotros estáis así sin entendimiento? ¿No entendéis que todo lo de fuera que entra en el hombre, no le puede contaminar, porque no entra en su corazón, sino en el vientre, y sale a la letrina? Esto decía, haciendo limpios todos los alimentos. Pero decía, que lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (Marcos 7: 14-23)

Es nuestro corazón el que está contaminado. No sirve un remiendo, no sirve un simple lavado de cara… ¡No!

Odres nuevos

Necesitamos un corazón nuevo. Necesitamos arrepentirnos, renunciar a nuestra vieja manera de vivir, viciada y orgullosa, y ser completamente renovados. Necesitamos, en palabras de Jesús, nacer de nuevo. Dejar lo viejo, desterrarlo, hacerlo morir, y ser una nueva criatura creada según Dios. Odres nuevos que pueda albergar ese vino nuevo, ese mensaje libertador de Jesús.

El apóstol Pablo lo define así: “De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2ªCorintios 7: 17).

No se trata de cambiar un poco ciertas costumbres, o de intentar por nosotros mismos ser un poco mejores… No, eso sirve de bien poco. Necesitamos que Cristo llene nuestra vida, y que, Él, sea el Señor de todas las áreas de nuestra vida, que su espíritu more “en nosotros” para transformarnos, darnos vida y hacernos más parecidos a Él.

Una vez más, en palabras del apóstol Pablo: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Romanos 8: 11-13)

En otras palabras, Cristo llega a vivir en nosotros, de modo que la vida cristiana no es una imitación de Cristo. ¡Participamos de la naturaleza de Cristo!

No tomamos a Cristo meramente como un modelo externo. ¡Lo recibimos como un poder interno!

Y cuando hacemos esto, abordamos el problema desde dentro y no desde fuera. Intervenimos en nuestro corazón, donde Cristo actúa sanando y renovando. No hay otra manera de vivir la fe cristiana, se requiere un cambio drástico de nuestro corazón.

De nada sirven los retoques exteriores o la apariencia de piedad, eso es engañarnos. El vino nuevo requiere odres nuevos. No hay otra forma. Y, créeme, muy a menudo las religiones no son otra cosa que odres viejos, estructuras humanas, que no sirven para contener el mensaje y el amor transformador de Cristo.

Por eso insistimos siempre tanto en la diferencia entre una “religión” y una “relación” con Dios. Una relación sincera con Dios nos cambia desde dentro, sana nuestro corazón, y resuelve los problemas desde su origen. Deseo de todo corazón que estas reflexiones que planteo puedan ayudarte en tu relación con Dios. ​Medita en ello.

Tómalo en serio.

Que Dios te bendiga
Alfredo Gómez Moneo (Ministro de Culto Evangélico)

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