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Existen muchos personajes de gran influencia en nuestra historia que además destacaron por sus ideas abiertamente ateístas. No voy a referirme a lo que hicieron o dijeron durante su vida, sino que quisiera centrarme en lo que expresaron en sus últimos momentos, a las puertas de la muerte.

Pocas cosas son tan demostrativas como las reacciones y las afirmaciones de las personas, cuando claramente entienden que están enfrentando la muerte. Echar un vistazo al lecho de muerte de grandes ideólogos y pensadores nos permite ver más allá de sus hechos, sus ideas, o las palabras que en vida dijeron.

Y es que en esos estremecedores momentos, cuando las personas se encuentran frente de la muerte, muchos se quitan su máscara y algunos llegan a reconocer que han construido su vida sobre arena, que han seguido un sueño irreal y que han edificado una gran mentira. Han terminado frustrados, desengañados, y sin salida.

Cuánta razón tiene Aldous Huxley al escribir en el prólogo de su libro “Un Mundo Feliz”, que todas las cosas se deberían enjuiciar, como si estuviéramos en ese momento en nuestro lecho de muerte.

Veamos entonces algunos ejemplos de las palabras y los momentos últimos de algunos grandes de la historia:

  • El gran Cesar Augusto, primer emperador romano, a quien las multitudes trataban como a un Dios, exclama antes de morir: “¿He jugado bien mi papel? Ahora, aplaudid, pues la comedia ha terminado”.
  • El histórico monarca de Inglaterra, Enrique IIX declara con profundidad: “Ahora, todo ha acabado: Imperio, Cuerpo y Alma”.
  • O el caso de Cesar Borgia, uno de los grandes estadistas italianos: “Yo me he preocupado por todo en el transcurso de mi vida, excepto por la muerte y ahora totalmente desprevenido, debo morir”.

Incluso hombres del ámbito religioso, muestran su incertidumbre al morir, quizá porque centraron sus esperanzas en un sistema religioso, y dejaron a un lado a Dios.

  • Así, el cardenal Mazarino, diplomático y político, al servicio del papa y más tarde al servicio de Francia, exclama antes de morir: ”Oh, mí pobre alma, ¿que será de ti”? ¿”A dónde vas?”.
  • O el gran filósofo inglés Thomas Hobbes, reconocido por su vasta obra sobre la filosofía política. Un pensador de esta talla, llegó a decir en el momento de su muerte: “Me encuentro ante un horrendo salto en las tinieblas”

Y el caso de Jaroslawski, presidente del Movimiento Ateo Internacional, quien declaró enérgicamente: «¡Quemad, por favor todos mis libros!, ¡Mirad al Santo que me espera hace ya mucho tiempo, que ya está aquí!».

Impresionantes también las últimas palabras de David Hume. Aquel gran filósofo ateo, gritó al morir: “Estoy en las llamas”. Su desconcierto fue una escena terrible.

Otro gran filósofo, el francés Voltaire, famoso por su sarcasmo, sería uno de los mayores exponentes del pensamiento de la ilustración, eso sí, prescindiendo abiertamente de Dios. Al morir era inmensamente rico, pero en su muerte tuvo un espantoso final. Su enfermera dijo: “Por todo el dinero de Europa, no quisiera volver a ver morir a un incrédulo”. Clamó toda una noche pidiendo perdón.

De otro gran estadista, Napoleón Bonaparte, escribiría así el Conde Montholon: “El Kaiser murió abandonado por todos, sobre esta solitaria roca. Su lucha con la muerte fue terrible”.

Y el gran poeta, novelista, dramaturgo y científico alemán Wolfgang von Goethe, ¿Qué estaría sintiendo en el momento de su muerte, que le llevó a exclamar: “¡Más luz!”?

Un caso muy particular lo representa el alemán Heinrich Heine, uno de los últimos poetas del romanticismo. Conocido por su carácter burlón y escéptico, cambió más tarde su ideología y su manera de ver las cosas, y se convirtió al cristianismo. En el epílogo, de su colección de poemas “Romancero” escribió lo siguiente: “Cuando se está en el lecho de la muerte, se vuelve uno muy sensible y quisiera hacer las paces con Dios y con el mundo… Poemas que contenían la mínima critica contra Dios, angustiado, pero animado, los eché a las llamas. Es mejor que ardan los versos que no el escritor… He vuelto a Dios como un hijo perdido, después de haber estado cuidando los cerdos con los seguidores de Hegel. En lo teológico me culpo de haber retrocedido, para volverme hacia un Dios personal.”

Nietsche, padre del Nihilismo y “La muerte de Dios”, llegaría finalmente a morir en estado de completa locura.

Desgarradoras las últimas palabras de Sir Thomas Scott, antiguo Presidente de la Cámara de los Lores Inglesa: «Pensé hasta este momento que no había ni Dios, ni infierno. Ahora estoy cierto y siento que ambos existen, y que yo estoy destinado a la perdición por el justo juicio del Todopoderoso».

A estos podríamos añadir otros como:

  • Stalin, sobre su final su hija dijo en marzo 1953: “Padre tuvo una muerte espantosa y difícil. Dios da a los justos una muerte más suave”.
  • Lenin perdió la razón antes de morir e imploraba el perdón de sus pecados dirigiéndose a las mesas y a las sillas.
  • Jean Paul Sartre dijo: “He fallado”.
  • Talleyrand: «Estoy sufriendo el tormento de los perdidos».
  • Carlos IX de Francia: «Estoy perdido y lo reconozco claramente». 
  • Churchill: «¡Vaya necio que he sido!». 
  • Jagoda, jefe de la policía secreta rusa: «Tiene que haber un Dios y éste me castiga por mis pecados».

La lista podría ser interminable.

Todos estos hombres que durante sus vidas negaron abiertamente a Dios, mostraron en su forma de morir o en sus últimas palabras, que habían vivido equivocados y que se sentían vacíos y solos.

Se dieron cuenta de que iban a enfrentar lo que la Biblia declara rotundamente: «Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio» (Hebreos 9: 27)

Y ahora yo te pregunto, ¿Te has planteado usted alguna vez cómo será tu muerte?, ¿Será también demasiado tarde para ti?, ¿Cuáles serán tus últimas palabras?

Podrás creerlo o no, pero debo advertirte que sin Jesucristo y sin el perdón de sus pecados por medio de él, estás perdido.

Frente a un Dios santo, te encuentra en un estado de completa y eterna perdición. Por ti mismo, no te vas a salvar en el juicio final. Si eres de los que creen que con la muerte todo se acaba, considera entonces el final de quienes pensaban como tú.

¿O es que que quizá crees que los hombres citados anteriormente representaron comedias piadosas cuando les llegó su última hora?

Puedo asegurarte que si uno no tiene paz con Dios, verá la muerte como una horrenda realidad, e intentará huir de ella, pretendiendo ignorarla y excluirla de la conciencia.

Quizá pienses que ya eres una buena persona, y que Dios ya está satisfecho con usted. Pues me temo que te equivocas también, al menos eso dice Dios en su Palabra. Todos pecamos numerosas veces contra Dios y contra nuestros semejantes. Y nuestro pecado nos hace indignos de Dios y de su salvación.

Solo hay una salida: necesitamos a Jesús. Él sí perdona nuestros pecados, nos limpia y nos declara absueltos. Él mismo dijo así: “Yo he venido a buscar y rescatar, lo que se ha perdido” (Lucas 19: 10).

Los tremendos testimonios que te he presentado, son reales, no fingían. En los últimos momentos entendieron que, de pronto, el juego había terminado, y la realidad de Dios, que en vida no quisieron reconocer, ahora se volvía contra ellos.

Sin embargo quiero darte una buena noticia: tú puedes conocer a Dios y encontrar una verdadera paz en tu interior. Hazlo antes de que sea demasiado tarde.

¿Y cómo se consigue esto? , se preguntará usted: Es solo a través de Jesús. Con su muerte en la cruz y su resurrección, Él puso las bases para ello. Él es nuestro abogado ante el tribunal de Dios. Sólo Él tiene el poder de perdonar nuestros pecados y borrar nuestra culpabilidad. Solamente Él puede regalarnos la vida eterna.

Si deseas de corazón acudir a Jesucristo y alcanzar la verdadera paz con Dios, puedes dirigirte a Él con una oración como esta:

«Señor Jesús, te ruego que perdones toda mi culpa y mi pecado, mi rebeldía y mi vida pasada sin haberte tenido en cuenta. Te doy gracias porque has muerto por mí y con tu preciosa sangre has pagado el precio de mi pecado. Ahora te ruego que entres en mi vida. Te abro la puerta de mi corazón y te suplico que de ahora en adelante seas mi Señor. Te doy las gracias porque tú escuchas mi oración y me aceptas tal como soy.»

Sé que he tocado un tema muy delicado, pero es un tema vital. Te aconsejo que medites bien en ello. Busca a Dios en las páginas del Evangelio, y Él te visitará en tú corazón.

 

Imagen de portada por Jonathan Bowers en Unsplash