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Seguro que te sorprende que diga que los cristianos celebramos Halloween, y más si tenemos en cuenta que la mayor parte de los artículos cristianos arremeten contra Halloween.

Pues lo cierto es que los cristianos celebramos nuestro particular Halloween cada día, y si sigues leyendo descubrirás por qué.

El origen de Halloween

La expresión Halloween quiere decir «Víspera de Todos los Santos» y en su origen hacía referencia a la fiesta cristiana de «Todos los Santos» en los que se recuerda a «los fieles difuntos«.

Esta fiesta se celebraba el 13 de mayo, pero dado el auge que tenía la fiesta celta del fin de la cosecha, se decidió trasladarla al 1 de noviembre.

Para los celtas esa era una fecha muy especial.

Agrupaba el fin de la cosecha y el año nuevo celta y ellos consideraban que, en ese día, los mundos de los vivos y de los muertos estaban tan cerca que los espíritus podían pasar a este lado.

Por ello, en esa noche se disfrazaban de «malos espíritus» para alejar a estos, quienes creerían estar ante «colegas» (este es el truco), mientras que a los «espíritus de los ancestros» se les hacía regalos (el trato) para evitar que se volvieran «malos».

Este tipo de comportamientos también se daba entre los griegos, quienes ofrecían regalos y sacrificios a sus dioses con la intención de que les dejaran tranquilos.

Para estos, los griegos, sus dioses no eran seres que velasen por su bienestar, sino seres caprichosos con el poder de hacerles la vida imposible.

Así que lo mejor era tenerles entretenidos y contentos.

De ahí los templos, muchas de las festividades e, incluso, las Olimpiadas.

Halloween era una de esas fechas en las que había que protegerse especialmente, porque el mundo espiritual se acercaba peligrosamente al mundo natural.

Los dioses

Y es que, desde la noche de los tiempos, la humanidad ha tenido mucho miedo a relacionarse con dioses y espíritus.

Desde los panteones (pantheum, palabra que por cierto quiere decir «todos los dioses») griegos o hindúes, pasando por las diferentes religiones monoteístas o animistas, todos los pueblos ha ido interponiendo algún tipo de barrera entre ellos y el mundo espiritual.

Así encontramos sacerdotes y sacerdotisas, chamanes, agoreros, etc., como encargados de mantener ese contacto con los dioses. Porque tener relación con ellos era «muy peligroso».

En su defecto, se acudía a ciertos rituales como sacrificios o conjuros.

Y entonces cambió todo

Los judíos también tenían sacerdotes y ritos para evitar el contacto con el mundo espiritual.

Ellos sabían que la relación entre el ser humano y Dios estaba rota.

De hecho, había un habitáculo en el templo (el Lugar Santísimo») en el que moraba la presencia de Dios y al que solo podía acceder el sumo sacerdote, y solo una vez al año.

Y entonces apareció Jesús y su mensaje resultaba aterrador para algunos: «El Reino de los Cielos se ha acercado«.

Él mostró que el mundo espiritual no era ajeno al mundo de los vivos y que, lo quisieran o no, ambos mundos estaban en contacto continuo.

También nos enseñó que no hay ningún rito que podamos realizar un día al año y que nos garantice una cierta inmunidad el resto del año.

Es decir, que nuestra «lucha» con el mundo espiritual iba a ser diaria y no teníamos forma de vencer en esa lucha desigual.

La solución

La situación que se planteaba era terrorífica, tanto los espíritus buenos como los malos podían tener acceso a las personas y aplicarnos sus «trucos».

Sin embargo, Él nos mostró la solución:

Si nos enfrentábamos al mundo espiritual debíamos hacerlo con armas espirituales y Él podía proporcionárnoslas, y para ello hizo dos cosas.

La primera fue habilitar una vía en la que nosotros podamos acceder al mundo espiritual de una forma segura.

Así, procedió a restaurar la relación entre Dios y el ser humano y lo hizo entregando su propia vida.

De este modo cualquiera que acepte ese sacrificio puede acercarse a Dios en cualquier momento y puede contar con su protección.

La segunda fue dejarnos el Espíritu Santo, a través del cual recibimos el poder para enfrentar el mundo espiritual «malo».

Por eso, los cristianos hacemos un «trato» diario con Dios (amarle, seguirle, conocerle).

Un trato que nos protege de manera eficaz de los «trucos» del mundo espiritual y que, además, nos garantiza su presencia, su paz y su guía en cada momento de nuestras vidas.

Así que si no quieres descubrir un día que has vivido toda tu vida en un «truco» permanente te recomiendo que aceptes el «Trato» de Dios.

Tienes mucho que ganar.

Foto por Nathan Walls en Flickr (CC).