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Es de sobras conocida la historia del Hijo Pródigo.

Un joven que cree saberlo todo de la vida, que consigue que su padre le entregue la parte de la herencia que le correspondía y que la dilapida derrochándola hasta que se queda solo y arruinado anhelando la comida que los cerdos que cuidaba, que por cierto eran animales impuros para un judío, comían.

Finalmente entra en razón y vuelve humillado donde su padre quien le recibe con amor y alegría, lo cual, curiosamente, provoca la ira del hermano que fue fiel y se quedó con su padre.

Esta parábola nos habla, básicamente del amor de Dios hacia quien se aleja de Él y que no debe esperar ira ni rencor cuando decida volver, sino todo lo contrario: perdón y restauración.

Ahora bien, permitidme darle una nueva lectura a esta parábola.

 

El padre no sale a buscarle

Es curioso que el padre del Hijo Pródigo no sale a buscar a su hijo, sino que se queda en la hacienda.

Cualquiera podría pensar que si tanto interés tenía por el hijo podría haber ido a buscarle, o enviar a alguien a recabar noticias.

Sin embargo, en la parábola del hijo pródigo el padre ni siquiera sale a comprobar si su hijo volvía o no.

¿Por qué? ¿Porque no le importaba su hijo?

No.

Porque sabía que las cosas que van a marcar una diferencia en tu vida rara vez son producto de las prisas o de una acción impulsiva o extemporánea.

El padre sabía que había hecho las cosas adecuadas. Les había enseñado justicia, les había enseñado respeto, les había enseñado amor, les había enseñado, con su ejemplo, a vivir una vida correcta.

¿Y cómo sabemos esto? Por las propias palabras y la actitud del hijo pródigo.

Por un lado cuando reconoce que su padre trataba con corrección a sus trabajadores y a sus siervos.

Y, por otro, cuando es capaz de volver a presentarse ante su padre.

Si su padre hubiera sido un soberbio, o un déspota, jamás hubiera considerado volver, pero él recordaba a su padre con amor y respeto.

Y esto, ¿qué nos enseña a nosotros?

Pues nos enseña a confiar en Dios, siempre que nosotros hayamos hecho nuestra parte.

No podemos esperar, no debemos esperar, que Dios vaya corriendo detrás nuestro para «desfacer nuestros entuertos».

Por ejemplo, no le pidas a Dios un colesterol de 150 mientras desayunas medio kilo de bacón y 5 huevos fritos cada día.

No le pidas a Dios que tus hijos te respeten mientras los tratas con desprecio a ellos y a tus padres.

No le pidas a Dios que te consiga un buen trabajo mientras estás descuidando los estudios.

Sea lo que sea que quieras conseguir, empieza a sembrarlo en su momento y, con la ayuda de Dios, y si es su voluntad, a su tiempo llegará.

El padre del hijo pródigo había enseñado a su hijo en su camino mientras fue niño, por eso no había razón para estar en «ansiosa inquietud» sino que su corazón estaba confiado en Dios, y aunque se desvió pudo volver a encontrar el camino.

 

El padre no hace fiesta por el hermano

Lo segundo que sorprende es que el padre no le había hecho ninguna fiesta al hijo que se quedó con él.

Sorprendente porque lo habitual es tratar bien a los que nos apoyan y respetan, sobre todo si queremos que lo sigan haciendo.

Y esto enfada al hermano.

Ahora bien, ¿habéis pensado alguna vez que ese mismo reproche se lo podía haber hecho el padre a él?

Porque cuando le dice «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas» no es algo simbólico.

La herencia había sido repartida por el padre cuando el pródigo lo pidió, por lo tanto, el padre simplemente gestionaba lo que ya era de su hijo.

Era el hijo que se quedó el que debía haber hecho fiesta a su padre cuando le entregó los bienes, y era el hijo el que debía agradecer a su padre el que siguiera implicado en la hacienda.

Además, es el padre el que sale a rogar a su hijo. No le ordena ni le impone su voluntad, sigue ganándoselo por amor.

Y no hace la fiesta «porque se le antoja», sino «porque era necesario»: «Tu hermano nos ha sido devuelto».

¿Y qué nos dice esto?

Pues algo muy importante, que Dios nos ha dado todo lo que tenía.

Nos dio a su Hijo, nos dio el Espíritu Santo, nos dio la promesa de su presencia y de su poder. Él no nos debe nada.

Al contrario, somos nosotros los que le debemos todo.

Le debemos la vida eterna, le debemos el perdón, le debemos la paz, la esperanza y el consuelo.

Y todo lo que Él permita en nuestras vidas acontece «porque es necesario», para nuestro crecimiento y para el crecimiento de su obra, para que otros hermanos y hermanas que ahora están muertos encuentren la vida y nos sean devueltos.

Además, ¿existe mejor fiesta que estar con alguien que te ama y se preocupa de ti?

 

Conclusión

No sé si en este momento estás como el padre del hijo pródigo y has perdido «un hijo».

Puede ser un hijo o hija reales, puede ser la salud, puede ser un trabajo o la esperanza.

Tampoco sé si estás como el hermano del hijo pródigo, enfadado o enfadada con Dios por tu situación o por el devenir de las cosas, a pesar de tu fidelidad.

Pero si es así me gustaría dejarte unas palabras:

Cuando estás completamente abatido,
cuando ni las lágrimas sirven ya,
porque quizá no te queda ninguna,
la única esperanza, el único consuelo que nos va a sostener
es saber que estamos en las mejores manos:
En las manos de Dios.

Y aunque no veamos ninguna salida,
aunque nos sintamos como si nuestro clamor fuera rechazado,
aunque la esperanza pareciera haberse extinguido,
estamos en las mejores manos:
Estamos las manos de Dios.
Y nadie nos arrebatará de ellas.

 

Nota: Faltan los primero 20 minutos de la grabación.

imagen de portada By VladoubidoOo (Own work) [CC BY-SA 3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)], via Wikimedia Commons