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Brexit, elecciones, referendums, mientras están en campaña todos prometen que van a conseguirte la Luna, pero una vez cerrado el recuento de votos las promesas desaparecen barridas por el viento.

Escuchamos sus palabras con el anhelo de que las promesas sean ciertas, esta vez al menos, y es que queremos creer que nos dicen la verdad, porque todos necesitamos referentes en los que confiar y que nos digan la verdad.

Las consecuencias de esas «inexactitudes» son votantes desilusionados y arrepentidos de su decisión, falta de participación y desencanto.

Cuando se trata de compartir el Evangelio estamos tan convencidos de que es la mejor respuesta para la vida de cualquier persona que es fácil sucumbir a la tentación de prometer lo que el Evangelio no promete, para ver si así conseguimos que se fijen en él y lo prueben.

Por ello, es bastante frecuente escuchar «evangelistas» que prometen que con Dios se van a acabar todos tus problemas, que no vas a tener enfermedades o que toda tu vida va a ser de vino y rosas.

Y puede que esto atraiga a personas desesperadas que están buscando una respuesta rápida y fácil, pero solo durante un tiempo.

Porque lo cierto es que Dios no ha prometido nada de esto.

El Evangelio no nos promete quedar exentos de problemas, pero el Evangelio sí nos promete estar bajo el amparo de Dios en medio de ellos.

En el evangelio de Mateo 14:22-33 vemos que los discípulos iban solos en una barca y tuvieron que navegar contra el viento con muchos problemas.

Y en el evangelio de Marcos 4:35-41 vemos que, a pesar de contar con Jesús en la barca, los discípulos sufrieron los embates de otra tempestad.

Sufrieron los mismos problemas que cualquier otro marino que se encontrara por la zona, pero les sirvió para aprender algo esencial.

Y lo que aprendieron de tales experiencias es que podían poner su confianza en Dios.

Descubrieron que no dependían de la casualidad, sabían que estaban en las manos de Dios y que Él tenía el poder para cambiar cualquier problema y darnos una salida. Pero también que cualquiera que fuera el resultado podían tener paz porque la vida es más de lo que se ve.

De hecho, en el primer versículo del Salmo 23 la palabra que se traduce por «nada» también podría traducirse por «nunca», por lo que también podríamos decir: «el Señor es mi pastor, nunca me faltará».

Dios siempre estará a tu lado.

Por eso, si quieres compartir el mensaje del Evangelio a otros evita la tentación de «mejorarlo».

Dile a la gente la verdad de lo que Dios ha hecho en tu vida, de cómo te sostiene en las pruebas y problemas y de cómo te ayuda a aceptar lo que no cambia.

Y de cómo todo esto te hace más que vencedor.

Muéstrales la verdad del Evangelio, un Evangelio de poder que actúa en las circunstancias, pero también transformador y de superación en tu propia vida.

Porque si bien a todos nos atraen las soluciones «fáciles», a la postre lo que de verdad nos gusta son las soluciones verdaderas.

Las personas anhelamos poder confiar, poder bajar la guardia porque no se nos va a engañar, y si vas con la verdad por delante puede que no les guste, pero sabrán que pueden confiar.

Al fin y al cabo, como nos recuerda el propio Evangelio, es la verdad lo que nos hará libres.

 

imagen cortesía de Wikipedia.